30 sept 2008

No sé qué contar (1ª entrega)

27 sept 2008

Cero comentarios


Como veo que la gente es vaga (y yo me incluyo) y nadie pone un ligero interés en dejarme un triste comentario puedo pensar dos cosas: 1- reafirmar mi teoría de que la gente es extremadamente vaga (y yo me vuelvo a incluir) o 2- sigue sin haber nada que tenga un mínimo de interés en este blog. Debo pues hacer algo y tras mis deliveraciones creo que existen dos posibilidades: 1- no darle importancia y pasar del tema siendo coherente con la teoría de la vagueza humana o 2- tener un buen día de inspiración y ser capaz de colgar una entrada con algo que os pueda llamar la atención.
Hoy me he levantado escuchando la lluvia y eso a mí siempre me ha inspirado mucho, pero es que últimamente estoy un poco nulo creativamente hablando; así que os váis a conformar con una foto mía que no tiene mayor interés que el que yo mismo pueda darle al mirarla (o a lo mejor sí, por eso del triple desdoblamiento) Yo os recomendaría ir por el camino fácil. El nº 1. Mirar y no tocar. Pasar de largo. Cero comentarios.


Jean Loumès

22 sept 2008

Cosmogonía nº 5

Cuando me aburro demasiado, lo que se ocurre es rellenar un folio en blanco con garabatos a los que luego tengo la osadía de llamar dibujos. Este, en concreto es uno de mi serie "Cosmogonías", o sea, que es una visión abstracta de la creación del universo (ahí es ná!) Son las cosas que hago para entretener mi mente y mis manos y lo cierto es que estos dos últimos años han sido bastante más productivos que todo el resto de mi vida en lo referente a mi obra creativa (pictorica, literaria y musical)
Ya os iré dejando por aquí más ejemplos del producto físico de mi locura. Un abrazo a los que lean esto (pero que no se den por aludidos los que lo hagan y no dejen comentario)



Jean Loumès

19 sept 2008

Sobre el genio

Aquí os dejo uno de los poemas de mi aún inacabado poemario Odio el sonido de las puertas al cerrarse. Tiene mucho que ver con mi visión del arte como intención, no como producto artístico en sí. Ya os hablaré más sobre estas cosas entre todas las locas teorías sobre el mundo y el ser humano que voy poco a poco recopilando. Si, me aburro mucho, llamadme loco, pero la línea de la locura es parlela a la de la genialidad (y no es por echarme flores, ojo!); y si no fuera por pensar y reflexionar y divagar sobre estas tonterías, el mundo habría ido aún peor de lo que va.

Y como me estoy alejando del tema (es que me provocáis) os voy a dejar aquí estos versos sobre la figura del genio y me despido sin una sola palabra más.

Hombre que sin ser correcto se hace respetar,

hombre al que se perdonan excentricidades,

pues se comprende la intención que llevan dentro.

Boca de dios, lacayo del diablo,

poeta desvalido que sufre del pecado que comete,

loco por el tiempo, cuerdo por sincero.

Hombre que vive por la esperanza esperar,

hombre que nada entre todas sus fatalidades,

agua que lo limpia sumergiéndolo lejos del tedio.

Ojos de neón, mirada en negro y blanco,

bocazas malhablado que firma una verdad sin precedente,

viajante como el viento, pero quieto, inerte, eterno.




Jean Loumès, un anagrama con patas

Iris

Iris era un país. Una tierra exótica de playas rosas de arena fina, suave y tersa. En el sur, los mejores océanos, limpios, cuidados, en los que una calma aparente es la reina de toda su belleza. Y esas aguas claras bañan costas alargadas de fiel bondad meteorológica. Y ascendiendo por estas costas que son como grandes espigones parejos rodeados de mar cada uno, entramos en las llanuras (donde sendos rompeolas se unen como líneas paralelas en el horizonte) que se ensanchan y aplanan y reciben el dulce baño del sol y son como un desierto fresco. Justo en el centro hay un pequeño oasis de vida que es un descanso en el largo camino.

Porque hay que caminar un trecho largo por senderos que se levantan poco a poco, para llegar al macizo central de Iris. Entre sus dos cordilleras, don grandes montes se alzan ocultando los atardeceres y pariendo amaneceres rojos. El paisaje montañoso se puede bordear por el este o por el oeste, donde dos enormes trozos de tierra de extienden hacia el sur cercando una extensión de agua entre ellos y los picos. Pueden ser lagos por su estancamiento, pueden ser ríos por su naturaleza longitudinal, pero son mares alimentados por el océano infinito que es el todo ajeno a Iris. Bordeando estos mares simétricos a cada lado del macizo se puede ascender, o por los desfiladeros que separan (como un gran valle en forma de uve) los dos montes principales. Más arriba las pendientes vuelven a caer en farallones peligrosos donde se ocultan nuevas bellezas que no son ricas en extensión (ya que la tierra se estrecha comiendo el océano a las rocas en don cabos también simétricos) pero sí en una simpleza aritmética tan sencilla como hermosa. Allí el viento es fresco, el aire sopla suave e imperceptible y crea un espacio de descanso eterno.

Pero se puede continuar subiendo, al atravesar tal agujero hipnótico y volver a ganar distancia al sol, cuando se levantan paredes de roca imponentes que es necesario vencer con la mayor de las fuerzas. Escalando con dificultad, el valle estrecho que dejamos se hace cada vez más pequeño en la distancia. Y llegamos a la cima, a un suelo de nuevo llano desde el que es fácilmente divisable toda la extensión hacia el sur de Iris. Pero volvemos de nuevo la vista al norte, donde las llanuras se cubren más delante de formas que suben y bajan creando dibujos que ocultan tras de sí a un bosque lejano. Estas formas, que son salientes de roca pulida y fría, suponen un nuevo descanso antes de la última etapa. Son fácilmente estructuradas y descriptibles, ya que se plantean en el suelo de forma simétrica como si alguien las hubiese apilado una a una de forma consciente. Como el mobiliario de un salón. Justo delante de extiende longitudinalmente un sofá pulido de curvos dibujos. Es de piedra rojiza. Justo detrás y perpendicular al anterior, una forma afilada sube hacia el norte hasta su intersección con dos grandes hoyos (uno a cada lado del saliente) que contienen aguas azules y verdes de especial claridad. Y por encima de ellos comienza a crecer el verdor, que más al norte se transforma en tullido follaje, y más allá en denso bosque que agita sus extremidades al viento. Es una selva enorme que se extiende hasta el océano superior, muriendo en una playa curva, en la que las raíces y troncos de los árboles más valientes están bañados por el agua.

Es un viaje largo, un camino que se recorre en largo tiempo pero sin cansancio. Es el trazado de Iris, su clima, su aroma y su engullidora belleza.

Iris era un país. Iris era una mujer.

(Relato publicado en el periódico Plaza Vieja de Andújar en septiembre de 2008)

Soy un anagrama

Aquí me tenéis. Podéis cotillear las estupideces que salen de mi boca, no me da miedo que conozcáis cuan jodido puede ser a veces el aurrimiento. El problema de esto, mi prejuicio y las pocas ganas de sacar un blog que tenía, vienen a concidir en que en un futuro próximo (o sea, dentro de unas cinco o seis entradas) abandonaré este lugar por pereza, olvido o quizá aburrimiento (que fue el origen paradójico)

Pero vengo con ganas, con ganas de entretener, de mostrar cosas y por qué no, de caer en la tentación de publicar poemas, relatos y tonterías que suelo escribir en mi libreta pautada, en los bordes de los apuntes, de los libros, en las servilletas, en mis propias manos.

Les dejo con mis cosas, les dejo con mi vida, con el fruto de mis horas de reflexión, con mis inquietudes, con mi personalidad... con mi anagrama: la firma escondida de un pianista, escritor y pintor, alma errante, artista solitario.


Jean Loumès