28 sept 2010

Por un sombrero y un par de caballos (primera parte)

Nadie podía verlo entre los barriles.
No era un escondite perfecto, pero la oscuridad de la noche lo mimetizaba con la alambrada y las hiervas que crecían junto al poste. Un escarabajo se acercó a él dejando un pequeño rastro en la arena tras de sí. Había salido de debajo de un barril y comenzó a subir por su bota, sucia y ajada. En pocos segundos había recorrido la pierna entera, que apoyaba toda la tibia en el suelo recogiendo su cuerpo como un ovillo para no ser descubierto. La camisa estaba recogida en el pantalón solo en la parte derecha y un poco por atrás, la mayor parte estaba arrugada y a la vista. El escarabajo seguía subiendo por un lateral y cambió de idea cuando se acercaba a los charcos de sudor. El pecho, totalmente al aire y luciendo el tatuaje de un águila con las alas abiertas, también sudaba. Hacía mucho calor y la presión de ser descubierto subía aún más la temperatura. Giró el brazo lentamente y con sus dedos expulsó al escarabajo que cayó detrás de la alambrada produciendo un leve chasquido.
El fino alambre de pinchos acababa un poco más allá de los barriles, dando paso a un muro que cercaba el almacén de trenes. De las siete vías oxidadas que penetraban en el recinto de ladrillo, tres estaban ocupadas por mercancías viejos que parecían no haberse movido en años. Sus vagones estaban pendientes de ser cargados con una mercancía que no existía. Las cajas y barriles vacíos se amontonaban en el almacén dejando su madera a merced del tiempo.
Las grandes puertas (también de una madera que había sucumbido al tiempo) estaban cerradas a cal y canto (o pretendían estarlo) salvo una, la que permitía la entrada al primer tren o el último según desde que vía se empezase a contar. A pesar de no permitirse el paso al almacén (como rezaba un cartel metálico sobre la alambrada), las cadenas que intentaban sin éxito mantener pegadas las dos hojas de cada puerta invitaban a vagabundos y forajidos a pasar la noche en el interior. Además, en esa zona en la que el muro de ladrillo negro daba paso a la alambrada de pinchos se encontraba la entrada perfecta, pues no podía decirse que el alambre hiciese bien su trabajo.
Sobre los ladrillos se disponía una estructura modernista de metal que crecía como una enredadera en vertical y acababa fundiéndose en el techo como una tela de araña gigantesca. Sobre ella, el recubrimiento de ladrillo y teja dejaba entrever la luz de la luna en algunos puntos. Las goteras, sin embargo, no eran un problema ya que rara vez llovía en aquella tierra.
Pese a estos claros en el tejado, la iluminación era demasiado tenue y nadie podría verlo entre los barriles aunque pasasen por su lado. Sin embargo, debía tener cuidado, el más mínimo movimiento lo delataría, pues el silencio era absoluto. Tan solo el corretear de algunos escarabajos y unos grillos en las hierbas altas (en el poste de telégrafos) rompían la serenidad. Los cables que salían del poste se perdían en el oscuro horizonte, más allá incluso de las montañas, pasado el río. Y los cables que descendían del otro lado del poste iban a parar a un edificio diminuto, también de ladrillo ennegrecido, que crecía junto al almacén de trenes como la hierba.

2 comentarios:

Unknown dijo...

hola josama...si es q se te puede seguir llamando asi....me alegro mucho de encontrarte por estos barrios alejados, de nuestros pasillos llenos de eco desde que nos fuimos del insti....me alegro de ver que sigues con la pluma bien afilada y la mente bien abierta y escribiendo como tu sabes...hace pocos dias via tus padres y ya pregunte por ti...mil bsss

Jean Loumès dijo...

wooo!!! q tal tu vida?? Si, me dijo mi madre q te vio. Me alegro muxo q preguntaras x mi.
Claro q me puedes seguir llamando asi, solo tu puedes hacerlo, jajajaja

A ver cuando me cuentas q tal te va a ti, q t tengo en el facebook pero apenas escribes :P

1 besito!!!!