27 ene 2009

Un relato "breve": fábula sobre el origen de la siesta

El reloj biológico

Aquella tarde del treinta de Febrero, amaneció pronto en Ciudad Sandía. Pasadas las nueve solía aparecer Sandalio para encender el sol, pero aquel día aún no eran las siete cuando este personajillo vestido completamente de rojo prendió la mecha de la gigantesca bola que tardaría veinticinco horas en consumirse.

Sandalio acudió tan pronto a su cita con el sol empujado por el mandamás. El alcalde Bienvenido (que vivía sobre el manzano que había en el centro de la plaza) quería que amaneciese más pronto para que la luz tardase menos en subir hasta la copa de su vivienda. Cuando esto ocurría y mientras desayunaba una gran manzana, ya eran casi las once y el alcalde no quería perder toda la mañana durmiendo. De modo que hizo esto: llamó a Sandalio y le dijo:

-¿Encendedor?-

-Sandalio el encendedor al habla. Señor- respondió con aire militar.

-Mañana vas a prender el sol a las siete. Tengo que planchar las vacas, revisar las manzanas, charlar con las viejas del segundo, poner las hojas a secar, cambiar el nombre de los árboles y los pájaros que los que hay ya se han usado mucho, estirar un poco el camino a ver si por fin llegamos a alcanzar el río, avisar a Don Tilín de que los grillos están de nuevo en huelga y no cantan y recoger el ajedrez que los niños lo han vuelto a dejar en la plaza sin acabar la partida. Y todo antes de comer. Así que ¡a despertarse antes!-

-Claro, señor- respondió Sandalio el encendedor. Y aquí estamos, de nuevo al principio: que aquella tarde del treinta de Febrero, amaneció pronto en ciudad Sandía. El problema es que no todo el mundo quería despertarse temprano y las protestas iban para el pobre Sandalio, cuyo único hábito era prender todas las mañanas la inmensa bola. “¿Y a mí qué me cuentan?”, decía Sandalio, “quédense en la cama” Pero eso no era tan fácil. Era tal el brillo que desprendía el sol que aunque se tuviese una enfermedad del sueño eterno, te obligaba a realizar las tareas. Y claro, lo de adelantar el despertar dos horas no sentaba muy bien porque la gente ya estaba acostumbrada a lo de antes y era muy complicado cambiar las horas del reloj biológico de la plaza.

-Buenos días, Perifolio- gritó Sandalio al ver a su amigo frente a la puerta de su seta. La chimenea, en lo alto del blando tejadillo rojo, estaba echando humo.

-Hoy vienes pronto, Sandalio- dijo el otro acercándose al Encendedor.

-Si. El alcalde tiene que hacer muchas tareas y tiene que levantarse pronto para acabarlas antes de la comida-

-A mi me da igual. Como no duermo-

-Pues deberías dormir un poco-

-Pero si eso es perder el tiempo. Me escondo en el sótano para que el reloj biológico no me descubra y hago recuento de setas, que ya están bastante grandes. Dentro de poco podremos comérnoslas-

-Te gustan demasiado las setas-

-Es lo más rico que existe- en ese momento casi toda Ciudad Sandía estaba despierta y sus personajillos aparecían tras puertas que se ocultaban bajo una gran piedra, un autobús destartalado, una concha gigantesca, la bota derecha de aquel gigante que se ocupaba de colocar el sol en lo alto hasta que se cayó por el precipicio, un naranjo que daba ciruelas, un olivo que daba plátanos, un ciruelo que daba olivas, un platanero que daba naranjas, la bota izquierda de aquel gigante que se ocupaba de colocar el sol en lo alto hasta que se cayó por el precipicio... Todas las casas se arremolinaban y amontonaban unas con otras formando un círculo alrededor del manzano del alcalde en una plaza de azulejos blancos y negros donde los chiquillos jugaban al ajedrez con piezas del mismo tamaño que ellos que siempre dejaban sin colocar en su sitio.

Los habitantes de Ciudad Sandía no tuvieron más remedio que trabajar duro desde muy temprano, y esto, claro está, les agotó más de lo debido. Perifolio, que estaba acostumbrado a no dormir, no se quejó en absoluto. Es más, agradeció el gesto del alcalde Bienvenido porque ya no tendría que esconderse para engañar al reloj biológico. Pero si para él dormir era una perdida de tiempo puede que aquello de adelantar la hora de despertarse fura una buena solución, porque la gente comenzó a descubrir que había más tiempo para realizar las tareas rutinarias y además... tener ocio.

Aquellos personajillos acabaron desperezándose conforme avanzaba la mañana y olvidaron por completo las quejas pero descubrieron algo que les inquietó. Teorrino, el granjero, fue el primero en darse cuenta de que el reloj biológico de la plaza se había vuelto un poco loco y no se aclaraba con los números que marcaba. Sandalio, el Encendedor, también lo comprobó ya que como su único cometido era despertar al sol cada mañana solía emplear el resto de su tiempo en el mantenimiento del enorme reloj que dictaba el ritmo de la vida. Pero había esta vez algo extraño en su comportamiento y parecía que no había sido una buena idea lo de cambiar el horario establecido hacía tantos años.

-Es solo cuestión de tiempo. Todo acabará acostumbrándose, es lo que sucede cuando la rutina encuentra algo nuevo- solía decir Eusebio Barriga. Este hombre sabio, uno de los más ancianos de Ciudad Sandía, no se alarmó en absoluto ante las anomalías del reloj que al mediodía ya fueron notables para todos los habitantes de la ciudad. Él sabía mejor que nadie lo que era un cambio porque había vivido mucho y fue testigo, por ejemplo, de aquellos tiempos en que se dormía de día y se trabajaba de noche porque aún se creía en el mito de que el sol distraía a la mente de su cometido al penetrar por los ojos. Pero por suerte la mente de los Sandíos se dio cuenta de la importancia de la energía del sol y se cambió por completo la forma de vida. Todo fue un caos y la gente estrellaba sus cabezas contra las tostadas del desayuno porque no habían podido dormir en el horario normalmente establecido para el trabajo.

Aunque al final todo se arregló muchos no hacían caso a este ejemplo cuando Eusebio Barriga lo contaba. Alegaban que todo era ahora diferente.

-No hemos cambiado el día por la noche, ni las nubes por las estrellas. Estamos hablando de dormir algunas horas menos que antes y esto, sea en el momento que sea son unas horas menos que nuestros cuerpos necesitan-

-Procure preocuparse por el tema de los grillos, Don Tilín, que si yo necesito más horas para trabajar es lo que hay- le respondía el alcalde Bienvenido al concejal.

El caso es que después de comer y cuando muchos habían olvidado haber dormido esas horas de menos, un sueño extraño se apoderó de ellos, y con el calorcito del inicio de la tarde posaron sus cabezas en los cojines del sofá. Y fue extraño que todos lo hicieran a la vez y que Sandalio comprobara como el reloj biológico volvía a funcionar correctamente. Parecía ser un caprichoso arreglo al cual el caprichoso reloj había acudido para poner en orden su caprichosa agenda.

Cuando todos se despertaron sobre las cinco se vieron con fuerzas renovadas y dispuestos a trabajar de nuevo. Era increíble pero aquel descanso tras la comida era extremadamente reconfortante, y mucho lo agradecieron. Incluso Perifolio, el que no dormía, no pudo evitar caer en la tentación de perder el tiempo durante un par de horitas y descubrió al llegar a su sótano que aquello le había ahorrado tener que aburrirse esperando a que sus setas crecieran mientras las miraba pensando en las musarañas. El Alcalde también descansó y despertó de mejor humor y con energías renovadas y no gritó en toda la tarde ni a Don Tilín (que se decidió a hablar con los grillos tras ver una premonición en sueños sobre lo que ocurriría si dejaran de cantar para siempre) Eusebio Barriga descubrió cuán ciertas eran sus teorías de que el cuerpo se acaba acostumbrando a todo y, como persona mayor que era, agradeció el sueñecito.

A partir de ese momento y sin que el reloj biológico tuviera que ordenarlo, los habitantes de Ciudad Sandía dormían un par de horas después de las comidas para sufragar el sueño perdido por las mañanas, que aprovechaban para acabar casi todas sus tareas y librar por la tarde. Un buen horario que llegó casi por casualidad y mejoró los ánimos de todos los Sandíos, los niños acababan las partidas de ajedrez gigante, los grillos cantaban, el alargamiento del camino cada vez se desarrollaba más deprisa, y como suele decirse al final de estas cosas, comieron setas y vivieron felices.

1 comentario:

Unknown dijo...

Jo!! He empezado a leerlo, pero con mi ordenador, que me pone borrosa la pantalla, es imposible leer sin volverse vizca :s
Y, no es por nada, pero creo que enero tiene 28 días y no 30, eh?? xDDD
Besitos ^^